José M. Tojeira, rector de la Universidad09/03/2010
Este lunes recién pasado se celebró el Día Internacional de la Mujer, también llamado, y con toda razón, Día Internacional de la Mujer Trabajadora. Un día que comenzó a celebrarse con la dimensión no sólo de la lucha, sino también de la tragedia: 146 trabajadoras textiles que se negaron a desalojar la textilera en la que trabajaban en Nueva York (1908), protestando por las pésimas condiciones de trabajo, murieron quemadas cuando les arrojaron bombas incendiarias para que abandonaran la fábrica. Se trataba de una huelga pacífica en la que se reclamaba mejora de las condiciones de trabajo y fin del trabajo infantil en las instalaciones fabriles.
Hoy, un poco más de cien años después, y tras una historia de luchas con dolores aún muy recientes, debemos reflexionar, desde la plena convicción de la igual dignidad de la mujer y el hombre, sobre los problemas todavía pendientes en nuestra sociedad para poder lograr el pleno respeto a la mujer.
La cultura machista sigue en muchos aspectos ensombreciendo nuestra relación entre hombres y mujeres, y es importante mantener una actitud vigilante, reflexiva y comprometida con el respeto a la plena dignidad de todos y todas los que somos seres humanos. La humanidad es una y las diferencias de sexo enriquecen la unidad, no la dañan ni la reducen.
Cuando las Dignas, entre otras organizaciones, hace ya algunos años, comenzaron a plantear la problemática de la mujer en El Salvador, los ataques e incluso las burlas machistas fueron numerosas. Hoy, en buena parte gracias a su lucha y sus denuncias, los juzgados de familia juegan un papel crecientemente importante en el combate al maltrato de la mujer en el hogar. Queda todavía mucho por hacer y a todos nos toca comprometernos con esta lucha, que es crucial para la plena vigencia de los derechos humanos.
Para vergüenza de toda la humanidad, la trata de personas, principalmente de mujeres forzadas a la prostitución, sigue siendo uno de los negocios que más dinero produce en el mundo. El Salvador no es ajeno a ese modo inescrupuloso e infame de hacer dinero sucio. Perseguir con mucho mayor ahínco este crimen es una necesidad impostergable. El abuso sexual, todavía con dimensiones excesivamente abultadas entre nosotros, debe ser enfrentado desde todos los ángulos posibles: desde una sana educación sexual en la casa y en la escuela, hasta una protección de víctimas adecuada y una sanción severa a los victimarios.
En la dimensión laboral, las injusticias siguen siendo múltiples. Empresas que exigen pruebas de embarazo previas a la contratación o que favorecen especialmente a mujeres esterilizadas a la hora de dar trabajo deberían no sólo ser multadas, sino ser cerradas si persisten en dicha práctica. El muy valioso estudio sobre el trabajo en El Salvador, realizado por el PNUD para los años 2007-2008, nos informaba de que la mujer salvadoreña trabaja como promedio una hora diaria más que los hombres. Y que si se tuviera que pagar el trabajo doméstico no remunerado de la mujer, habría que aportar 5 mil 436 millones de dólares. En ese contexto, que las amas de casa no tengan derecho a pensión al llegar a cierta edad, o al menos a una pensión compensatoria, es simple y sencillamente una canallada y una injusticia descomunal. Porque producen riqueza y ahorran gasto, y porque trabajan más horas.
En el campo político, los partidos viven permanentemente en su particular hipocresía. No hay uno que no afirme respetar la dignidad de la mujer. Pero siguen manteniendo a políticos machistas, justifican tener menos diputadas en sus filas con la falsa aseveración de que la mujer está menos preparada, prometen incrementar la participación femenina en cargos mientras la disminuyen y son incapaces de sancionar afirmaciones, actitudes e incluso actos ferozmente machistas y, en ocasiones, ilegales en su miembros de confianza. Es impostergable que el Gobierno propugne en la Asamblea que al menos una tercera parte de los diputados responda a uno cuota de género.
E incluso en el terreno religioso y social, no faltan líderes sedicentemente espirituales, o miembros activos en las diversas comunidades eclesiales, que defienden a capa y espada, apoyándose en su propia incapacidad de entender la palabra de Dios, que el hombre tiene primacía sobre la mujer. Y de ahí al abuso, humillación, explotación y menosprecio de la dignidad de la mujer no hay más que un paso.
Tanto a nivel cultural como legal, político y organizacional nos queda mucho por hacer. Que estos días en que celebramos a la mujer trabajadora no queden en el olvido o en la pura fraseología; es una obligación de todos si queremos decirnos demócratas, civilizados, humanistas o cristianos.
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